Habia una vez ...

Una niña que hacia montañitas de tierra imaginando que era un poblado indio en el recreo, que jugaba a la comba o la goma simplemente para que las niñas de su clase no la señalaran con el dedo cuando preferia irse a jugar con los chicos al futbol, y a escondidas en su callejón se pasaba las tardes enteras dandole patadas a un balón desconchando, con rabia en los ojos y lágrimas en el pecho, la pared de su casa.

Los años iban pasando, las niñas de su clase ya no se divertian con juegos de colegio, cambiaron la comba por el tabaco, las Kenes por los chicos y las gomas de borrar por condones, mientras ella disfrutaba en su cuarto viendo enciclopedias de animales, rajando hojas de libros que ya habia leido, incluso despellejandose los pulmones con acordes que más adelante la asfixiarian el alma ...

Y por fin, llegó a Madrid, la gran ciudad, llena de secretos y misterios, tantas putas en las calles como hijas de puta en los locales. Intentando creerse demasiado mayor como para ser peque, el alcohol llenó parte de sus venas, como más tarde lo harían ellas, esas zorras vestidas de amapola con olor a rosa artificial, o así lo hizo creer. Así fue cambiando su inocencia por un buen escote, gafas de Channel para su verdad y maquillaje para sus mentiras, recíprocas, la mayoría de las veces. Olvidandose/odiandose de ser niña ...

Ahora cuando la ven juega a ser feliz, aunque siga con la mirada de un triste arlequín.

p.d. Es una pena que únicamente miren aquello que no eligió ser.